Todos los que me daban consejos
están mas locos cada día.
Por suerte no les hice caso
y se fueron a otra ciudad,
en donde viven todos juntos
intercambiándose sombreros.
Eran sujetos estimables,
políticamente profundos,
y cada falta que yo hacía
les causaba tal sufrimiento
que encanecieron, se arrugaron,
dejaron de comer castañas,
y una otoñal melancolía
por fin los dejó delirantes.
Ahora yo no sé que ser,
si olvidadizo o respetuoso,
si continuar aconsejado
o reprocharles su delirio:
no sirvo para independiente,
me pierdo entre tanto follaje,
y no sé si salir o entrar,
si caminar o detenerme,
si comprar gatos o tomates.
Voy a tratar de comprender
lo que no debo hacer y hacerlo,
y así podre justificar
los caminos que se me pierdan,
porque si yo no me equivoco
quién va a creer en mis errores?
Si continúo siendo sabio
nadie me va a tomar en cuenta.
Pero trataré de cambiar:
voy a saludar con esmero,
voy a cuidar las apariencias
con dedicación y entusiamo
hasta ser todo lo que quieran
que uno sea y que uno no sea,
hasta nos sino los otros.
Y entonces si me dejan tranquilo
me voy a cambiar de persona,
voy a discrepar de pellejo,
y cuando ya tenga otra boca,
otros zapatos otros ojos,
cuando ya sea diferente
y nadie pueda conocerme
seguiré haciendo lo mismo
porque no sé hacer otra cosa.
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